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Peter Debry

Estaba tendido boca arriba, tratando de adivinar qué era lo que formaba sobre su cabeza un arco nebuloso. Quería moverse, pero notaba sus músculos cansados, y una absoluta sensación de extraño bienestar, como si su cuerpo flotase sin pesadez ni osamenta.
Su olfato fué lo primero en volver a la vida. Olía a tierra mojada, a flores regadas, a brisa húmeda. Pero, ¿qué era aquel arco grisáceo tendido encima de su cabeza?
Movió una mano, agitando los dedos como tratando de agarrar algo sólido. Sentía que había un deslizamiento misterioso por el lado izquierdo de su cuello, parecido al del tibio cuerdo de un lagarto que abandonando su sien, y contorneando la oreja, fuera a perderse por entre sus hombros.
Quiso apartar de un manotazo el moscón que zumbaba insistentemente cerca de su oído, a ras de suelo.
El manotazo, que dió en el aire, le produjo agudo e intenso dolor en la base del cráneo. Y pareció a la vez galvanizarle, despertando por completo sus embotados sentidos.
El arco era la bóveda de un puente, tendido sobre un río. Lo que se le deslizaba cuello abajo, era sangre. El moscón no existía; eran sus propios oídos los que silbaban.
Se tocó lentamente la cabeza, hasta encontrar un vendaje. Trató de incorporarse, pero el esfuerzo le resultaba increíblemente costoso.
Se ladeó, hasta quedar boca abajo, encima de aquella estrecha plataforma, junto al río que mansamente corría a poca distancia. Avanzó sobre los codos, y hundió las dos manos en el agua fresca, inclinándose hasta lograr que su rostro se sumergiera; entonces bebió ansiosamente, con deleite, sintiéndose resucitar.
Cuando sació su sed, y hubo desaparecido de su garganta la sequedad febril, se quedó mirándose en el agua, que, a medida que se aquietaba, reprodujo sus facciones.
Ojos grandes, pardos; rasgos duros, juveniles; blancos dientes... Sí, un muchacho muy bien parecido. Anchos hombros, largos brazos musculosos... Pudo sentarse, y se miró la ropa.
Una indumentaria muy usada. Pantalones arrugadísimos, que le venían anchos de cintura, y cortos de perneras. Una camisa de granjero, a cuadros verdes y rojos, sucia y raída. Una americana que le cabía en los hombros porque los sobacos estaban abiertos.

Idioma Español
Publicación 1950
Editorial Bruguera
Categoría Novela Negra


Descargar Los buitres negros de Peter Debry