Cerro Bayo
Atahualpa YupanquiEn el filo de las cumbres se ha degollado la tarde. Las sombras van devorando los detalles, pero sobre la línea de los lejanos cerros se dibujan aún las claridades.
Los jóvenes las miran, y tejen anhelos y quimeras; los viejos averiguan en ellas el tiempo que hará mañana.
Poco a poco, el campo se va poblando de estremecimientos. Se insinúa la sinfonía del ocaso con un adagio a cargo de los violines invisibles del pajonal; luego, la melodía se afirma en la flauta de los grillos que dialogan con el rumor de los montes. Los algarrobos quieren hacerse un canto en la brisa, y las nubes se detienen un momento a escuchar.
El río, viejo músico, sigue andando, andando...
Se va la tarde con el regreso de los rebaños, con la canción de los pastores, con el trotecillo de las cabras, con el lejano balido de las bestias.
Se viene la noche animando estrellas en el espejo de las represas, encendiendo fogones en los caseríos.
La noche engendra pensares y calma fatigas…
Por diversas sendas, la Quebrada recibe a sus hijos que regresan de los cerros, de los potreros, de los sembradíos.
Allí vuelve Fabián Sarapura, con el lazo sobre el hombro. Por ahí pasa el chango de la Damiana, arreando la vaca y el ternero. Allá en la sombra, el silbido de Juan Abracaite sirve de anuncio en su casa de la loma. Allá abajo, monte adentro, alguien, seguramente Santiago Chauqui, está hachando leña.
Las manos de los hombres están cansadas, olorosas como los yuyos que arrancaron, como la tierra sembrada, como el aire de la noche joven.
Los sonidos del ocaso recorren todos los matices, desde el crescendo de los chañares hasta el canto monocorde y fresco de la vertiente. Toda la tierra respira un poderoso aliento de grano maduro y música libre.
Así como el alma humana precisa de la belleza y del dolor para crecer, el grano necesita, para vigorizarse, de la música total del árbol, de la hierba, del río y del viento. A la par del agua oportuna, regando la buena tierra, los rumores del campo favorecen el proceso prodigioso de la semilla.
Se está produciendo un reventón de estrellas. ¡Si parece que Pachamama colgara del cielo, en cada atardecer, las espuelas de todos los gauchos que desertaron de la vida!
Se viene la noche...
La mula parda está trajinando para pasarse al potrero de alfalfa, aprovechando el zanjón de la acequia grande.
Cerca, el zaino se está comiendo el paisaje, poco a poco. A veces, sus cascos tropiezan con una piedra, y el breve chisperío alumbra un pastito recién florecido.
El último pájaro pasa en tajante vuelo, como un guijarro con alas. Lo demás, ya es pura sombra, sombra buena y azul.
Idioma Español
Publicación 1946
Editorial Problemas
Categoría Poesía
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