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Aventuras de un novelista atonal
Alberto Laiseca

Obra clave de Alberto Laiseca, un autor que siempre invita a aventurarse en el descubrimiento.Casi treinta años después de su primera publicación (allá por 1982), este libro que miente con su aparente extensión breve la densidad de su contenido, sigue siendo una singularidad en la literatura argentina.

Desconocido por el lector casual y muy poco imitado aún entre quienes lo admiran, es clave en una obra que no ha cosechado acólitos como fuera el caso de Borges, Cortázar e incluso en los últimos tiempos, Fogwill, con quien comparte cierto tono e ironía, más allá de tener puntos en común con los otros dos nombres previamente citados.

Y a la vez, en una línea llena de aciertos en prestigio y pifias a nivel popularidad, el autor de “Los sorias” (la novela más extensa de la literatura argentina) abre un juego que permite varias lecturas en este pequeño volumen, que en cierta medida podría hasta funcionar como un diario —inventado y barroco, por supuesto— del autor. Porque hay una ficción dentro de la ficción, porque el protagonista es el tan mentado Novelista Atonal, pero el argumento pasa de él y su novela única y revolucionaria en la forma a la historia de un editor caído en desgracia, que tiene dotes de Calígula y que por muchos años estuvo en la vanguardia de la tortura (psicológica y física) de los escritores que publicaba. A éste mismo editor le llega tiempo después la novela del Novelista Atonal, que acepta porque ha decidido que debe autoflagelarse y perder toda su fortuna apostando a una edición épica de algo que jamás le reportará ganancia alguna. Luego la novela transita por la vida del mejor amigo del Novelista, que hace fortuna haciendo una edición paralela y pirateada del libro y todo esto lleva a un final apoteósico, el primero del libro, para dar paso entonces a una segunda novela, que es en realidad el “único fragmento sobreviviente de la novela atonal”. Si se puede leer como diario, es solamente como diario trasnochado, como transfiguración de la extraña vida que debe llevar un autor que emprende semejante gesta (el ficcional y el propio Laiseca). En cierto modo, ambos son exégetas del otro.

Entonces, terminada la primera parte, cambia el registro y nos cuentan la “Epopeya del Rey Teobaldo”, una historia (o la parte sobreviviente) ambientada in illo tempore, pero a la vez jugando con detalles que nos remontan a un pasado que podría estar ubicado en nuestro presente o incluso, nuestro futuro. Y en la gesta se enfrentan imperios a capa y espada y con fuegos mágicos, pasando de describir las desventuras de un emperador al otro.

Por todo esto, habría que pensar cuál es la Novela Atonal. ¿Es la que escribe el protagonista de “Aventuras de un novelista atonal” o es la que escribe Laiseca? Ciertamente se aplica a ambas. ¿Y qué quiere decir que una novela sea atonal? El concepto de atonalidad proviene de la música. Cuando una pieza es atonal, implica que no gravita en torno a una tonalidad determinada y entonces queda libre de toda relación sistemática y jerárquica entre sus notas. Traducido a la literatura, la novela atonal —al menos en la versión de Laiseca— es la que se desprende de un personaje, situación o conflicto ancla y sobrevuela diferentes elementos en un flujo constante que no siempre cierra —ni necesita hacerlo— cada línea argumental planteada. No hay que confundirse, la novela sigue teniendo personajes, tramas, conflictos, pero ninguno tiene la fuerza necesaria para ser el núcleo dramático de su narrativa. Carece de un centro gravitacional y éste puede parecer un recurso facilista amparado en los exabruptos de la literatura posmoderna. Pero tiene sus propias reglas y procedimientos, y como se puede ver con tan sólo pasar las primeras páginas, una complejidad interesantísima.

Muchas novelas podrían ser denominadas atonales, sin ir más lejos, el “Finnegans Wake” de Joyce, tal vez uno de los ejemplos más contundentes, aunque ya se podría emparentar al concepto musical de los clusters (posterior al abandono de la tonalidad en la música clásica; aparece en la segunda mitad de siglo XX e incorpora notas que el sistema occidental no reconoce, formando “nubes” sonoras que para el oído no entrenado pueden parecer apenas algo más que ruido).

Volviendo a Laiseca, por más temible que pueda resultar para el lector esta explicación, finalmente la obra no es necesariamente confusa ni hermética, basta leerla sin esperar otra cosa que lo que es.

Sí es enmarañada la prosa de Laiseca. Por momentos, incluso pareciera que busca la pompa con demasiado énfasis. Su escritura es clara en sus mejores momentos y maneja términos inventados que son fácilmente comprensibles, que son incluso aparatos de construcción y modelación lingüística, y juegan a tender redes con el imaginario y todo esto invita a un juego que no es el de Cortázar con su glíglico ni el de Carroll y su Jabberwocky. La apuesta de Laiseca se parece un poco más a la de Borges y sus invenciones cosmogónicas, llevadas a un tiempo que cruza el fin del siglo XX y la era de los imperios que nunca existieron.

Tal vez sí haya cierto componente de autoindulgencia del autor con su propia obra, punto que es debatible, porque cuando se quiebran las reglas académicas es una materia discutible a partir de qué punto comienzo el exceso. Por momentos se le pide al lector una entrega total, en lenguaje, en articulaciones y en extensiones, y queda en cada uno encontrar hasta qué punto podrá o querrá seguir el derrape (muchas veces genial) del autor.

Y si hablamos de diario seguido por una ficción, como se sugiere al comienzo, podría compararse con “La novela luminosa” de Mario Levrero. En ese voluminoso libro, el autor sí lleva un diario (el nivel de realidad que se le quiera asignar es otro tema) que ocupa un 80 por ciento de la extensión. Luego aparece un fragmento de la mentada “Novela luminosa” que el autor nunca pudo acabar. Este juego hace que el diario previo se transforme en la verdadera novela, entonces. El problema de aquel libro, el punto más alto o más bajo de la obra del autor uruguayo según quién la juzgue, es que Levrero está viejo, sin inspiración y no tiene ya nada que contar. Su talento está en construir un libro de 500 páginas en las cuales no hay mucho más que la repetición como loop del siguiente anecdotario: voy a comprar novelas policiales baratas, me gasto la plata de la Beca Guggenheim en estupideces, busco porno en internet, me autoflagelo porque soy un viejo verde detestable, veo una paloma por ahí y quiero dotarla de un significado que nunca llego a transmitirle. Todo lo que Levrero deshace en su “Novela luminosa” (que no es atonal, en todo caso, apenas desafinada y de floja inspiración), Laiseca logra dotarlo de un interés y un ritmo que no ceden, no dejan de sorprender y desafiar y al mismo tiempo, de educar al lector en el modo en que debe leerse la gesta literaria.

A modo de ilustración, el siguiente es un párrafo de la primera parte, cuando describe los buenos años del editor:

«Infinidad de escritores formaban cola para que les publicasen sus obras. Había un vanguardista, por ejemplo, que escribió un tomo de cuentos sacando de un cilindro frases al azar. Daba vueltas a una manijita, como si fuese una tómbola y escribía la frase favorecida a continuación de otra, obtenida en la misma forma. El papelito escogido iba otra vez al cilindro, donde participaba del nuevo sorteo. […] se presentó frente al editor: firme y seguro de su talento. A Juan Bautista Ferochi le encantaban las arrogancias; cuanto más injustificadas, mejor. Sentía placer en pasarles por encima con el rodillo compresor. No obstante, en esa ocasión se quedó perplejo ante aquel tipo a quien encontró sobremanera repelente. Jamás había visto granitos sobre cachetes, dispuestos con tal insolencia. Dijo Ferochi: “Tú me odias y desprefieres”. El escritor lanzó una amarga risa de artista incomprendido, que se potenció con los ecos del largo pasillo de metal.» (págs. 32-33)

Ya en la segunda parte, una fracción del fragmento superviviente del texto del Novelista Atonal: «Arquímedes Siracusa, extranjero al servicio de Rusia, estaba encargado de las defensas extraordinarias de Minsk. Con sus inventos contraatacaba a los tigres dentudos batemurallas […] y a los mismo soldados de Teobaldo, causándoles muchas bajas. Por orden suya habíanse fabricado unos planeadores, de livianas y delgadas alas de cobre, que portaban bidones llenos con nafta, azufre y clorato de potasio. Por pura fantasía, las alas de los aparatos habían sido grabadas con arabescos y versículos del Korán. Terrible, desoladoramente efectiva la religión cuando viene mezclada con lo poético.» (pág. 93)

Si se tiene la disposición, es probable que “Aventuras de un novelista atonal” deje el paladar dispuesto para seguir buceando en la obra de Laiseca. Solamente hay que aventurarse en una literatura diferente y dejarse llevar de la mano por el autor, que elude caminos trillados y que premia al lector dedicado con el sabor siempre agradable del descubrimiento. (Leedor.com)


Idioma Español
Publicación 1982 (2002)
Editorial SANTIAGO ARCOS EDITOR
Categoría Narrativa Contemporánea


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